El aburrimiento de no ser yo

Clara Jáuregui

A veces lo pienso y me doy hasta la razón, ¿cómo soporta la gente el aburrimiento de la acción constante? Salir de fiesta cada fin de semana, incluso entre semana. O irse de vacaciones a Marbella para no parar de beber, fumar y follar. Es monótono, típico. Se mueven demasiado, pero siempre a los mismos sitios. Todo el mundo a partir de determinada edad se saca el carnet de conducir, luego se emparejan, se van a vivir juntos, cambian de trabajo, tienen un hijo, se compran una casa. Todo demasiado deprisa, súbito. Un día tienes 23 años y resulta que una de tus amigas tiene un hijo. ¡Para morirse!

Yo sin embargo prefiero la aburrida vida contemplativa. No sabes a dónde vas, pero te pasas largas horas preguntándote de dónde vienes, y si vas, y porqué deberías ir. Al final acabas siempre en el mismo punto: no voy ni a tener hijos, ni a tener un chalet, ni una tele grande que te cagas, ni a salir en año nuevo hasta las 6. Pero ya has perdido las horas que tenías que perder de una forma mucho más amena. Es como releer un libro que te gusta, ya sabes de qué va la cosa, sólo queda paladear. Lo mío es la inactividad hedonista, el mirar la pared, no hacer nada más que lo que me gusta mucho (nada de medias tintas, no hay que perder más tiempo del que me gusta perder), la reflexión interna de la vida humana. Es hasta estresante, muy intenso. No hay manera de aburrirse en mi rutina.