La misteriosa leyenda del abuelo maldito
que murió y luego se vengó

Natalia Cerezo

I

La noche que nos comimos al abuelo había jirones de luna esparcidos por el cielo, pero yo no los vi porque el letrero de nuestro restaurante chino era demasiado brillante, por lo que siempre evitaba mirar hacia arriba. Mientras mascaba lo que había sido la tráquea del padre de mi padre, mi madre lloraba ceremoniosamente. Primero echaba unas lagrimillas que se secaba delicadamente con la servilleta, seguidamente sollozaba, y vuelta a empezar. Mi padre sorbía la sopa y oraba por el difunto. Mi hermana, indiferente, enviaba SMS a sus amigas del instituto, riéndose como una boba. Seguro que ya se había olvidado del abuelo flotando en el caldo que quedaba en su bol.

Pero había jirones de luna en el cielo aquella noche, digo, y como nadie se dio cuenta, nadie se percató que por mucho abuelo que comiera su hambre no se saciaba.

II

“Una extraña familia se está comiendo todo lo que hay a su paso” gritó el locutor de la radio. Presa del horror, escupía al micrófono pequeños fragmentos saliváceos de miedo y espanto. “La familia se dirige a la calle mayor y se compone de un padre, una madre, una joven y un niño de unos seis años. Parece que todo empezó con la tradicional ceremonia china de comerse al abuelo tras su muerte para honrar su memoria y para que su sabiduría pase a sus hijos y nietos. El abuelo, según nos informan, estaba en mal estado y pudo provocar los desgraciados eventos que todos conocemos ya. Rogamos cierren puertas y ventanas y permanezcan en sus casas. Repito: permanezcan en sus casas.”

III

Pero ya era demasiado tarde. Teníamos hambre y la ciudad, rebosante de manjares, se extendía a nuestros pies. Mi hermana, que estaba a régimen, y en plena operación bikini, al principio se resistió, pero acabó dando mordiscos a diestro y siniestro a las tentadoras chocolatinas que encontramos en una gasolinera. Cuando se nos acabaron las patatas fritas, los cacahuetes, los pistachos, los altramuces, los panecillos, el chocolate, los bombones, las galletas y las chucherías, atacamos los congelados, las verduras, la fruta e incluso la carne cruda. No nos molestábamos en cocinar: simplemente nos metíamos la comida en la boca y la mascábamos.

Así vivimos durante muchos días. La gente de la ciudad esperaba encerrada en sus casas que nuestra hambre se calmara, y nosotros engullíamos y tragábamos hasta que nuestros cuerpos se tornaron esféricos. Avanzábamos rodando sobre la barriga o con los brazos alzados y andares renqueantes, emitiendo sonidos guturales. Esto último fue idea de mi hermana, a quien le gustaban mucho las películas de un tal Romero.

IV

Desgraciadamente, una hermosa mañana de mayo, cuando intentábamos romper la puerta de un hotel para comernos a sus clientes, puesto que ya habíamos arrasado con todos los comercios, mi padre soltó un gritito triste y empezó a elevarse. Durante algunos momentos, pareció que iba a desaparecer, pero lo vimos pararse y saludarnos desde un cumulonimbos. Justo en aquel momento, llegó el ejército. Sacaron grandes megáfonos y pulieron los tanques antes que las cámaras de la televisión, surgidas de la nada pero atraídas a la noticia cual moscas a la mierda, apretaran todas al mismo tiempo el botón de grabar. Entretanto, todos habíamos empezado a elevarnos, igual que mi padre. Era como si nuestros cuerpos quisieran imitar a los globos y por eso hubieran decidido, de repente, empezar a surcar los cielos.

Finalmente, toda la familia se encontró en el cumulonimbos. Miramos hacia abajo, curiosos y hambrientos. Los megáfonos nos enfocaron y atronaron palabras confusas. Luego callaron durante un rato, hasta que volvieron a escupir sílabas metálicas, empezando lo que parecía una cuenta atrás.

V

El primer misil se dirigió a mi padre. Dio en el blanco, puesto que nos habíamos quedado paralizados por la sorpresa, y lo reventó como si fuera un gran globo de feria. Entonces, el cuerpo de mi amado progenitor cayó en picado, describiendo un precioso camino escarlata. Luego empezamos a intentar nadar entre las nubes para escapar, pero éramos demasiado pesados y apenas nos movíamos.

Parecían fuegos artificiales, todos aquellos misiles explotando y toda mi familia muriendo y cayendo cual estrellas fugaces.

Sin embargo, me salvé. Una gran nube de tormenta me ocultó tras sus truenos y relámpagos. A través de las finas partículas de lluvia, vislumbré como, al cabo de unas horas, el ejército de retiraba, las cámaras se marchaban y la gente empezaba a salir de sus casas. Por sus gestos y su confianza, por su alegría sin límites, supe que me daban por muerto o perdido en el cielo. Pero yo he empezado a tener hambre.

Ya verán cuando baje.

9 comentarios:

Esquince dijo...

Este texto excede las 450 palabras marcadas.

Debido a que los administradores no habían colgado un enlace a las bases de participación, y por tanto es error nuestro, se hace la excepción de publicar el texto.

A partir de ahora, ningún texto podrá exceder las 450 palabras.

Bases aquí y en la barra superior de información.

Gracias

aningunsitio dijo...

¡Yo no querría tener una familia así, por Dios! XDDDDDDD

Madame Blavatsky dijo...

Un relato muy original, que da crédito a una de las leyendas urbanas más extendias de los últimos tiempos. Es divertido, curioso, descabellado y macabramente interesante. La verdad, al leer lo de los jirones de luna me esperaba otra cosa, pensaba que iba a ser un texto pretencioso, pero para nada, me ha encantado.

¡Un placer leer nombres nuevos!
Bienvenida

cocamarin dijo...

Grata sorpresa leer un texto tan original. Yo también pensaba al leer "jirones de luna" que las cosas iban a ser diferentes. Pero luego parece un relato de Poe, luego un poco de Saramago y el libro de los ciegos que invaden la ciudad. A pesar de ser muy fantasioso, está relatado con mucha naturalidad. Enhorabuena :)

Me ha hecho gracia descubrir la palabra cumulonimbos; al principio pensaba que era inventada jjj

ps. Nota a los administradores: me toca un poco la moral que el primer comentario de este bonito cuento, que además viene de una persona nueva (al menos para mí) sea del tipo "Este texto excede las 450 palabras marcadas". Ni que estuviéramos en la casa de la señorita Rotenmeyer.

Madame Blavatsky dijo...

Sí, yo también he pensado lo mismo, pero luego lo arregla con el segundo minicomentario... jejejje

Ante todo, disciplina.

XDDDD

cocamarin dijo...

Lo peor es que en el primero involucra a otra persona.

Lady Marmaduke dijo...

Gracias por vuestros comentarios y por darme la bienvenida! y tomo nota de lo de las 450 palabras jejeje

si q se parece a lo de los ciegos, no había caído!

y por lo de los jirones de luna... lo hice expresamente! jajaja me alegra ver que he causado el efecto deseado ;)

ante todo, una escritura limpia y sana!

Ulises dijo...

Madre del amor hermoso, que familia más encantadora. Ojalá yo viviera en una familia así. A lo mejor ya lo soy, porque casi siempre tengo hambre. xD

Muy original, la verdad. Y por cierto, el final muy bueno.

Un saludo !

hatsue-san dijo...

Visca en romero!!

Falta la Rosie, però he rigut molt!!

XDDDD